“Temas como la pobreza o el cambio climático han pasado a ser claves y centrales para el futuro y la gobernabilidad de nuestras sociedades. Hoy la RSE ya constituye una buena herramienta para competir internacionalmente; y se percibe una creciente necesidad de integrar a todos los públicos de interés de las empresas. Bienvenidos a la era de la Responsabilidad Compartida”. Las palabras de Julio Herrera, Presidente de la organización CentraRSE en Guatemala, calaron hondo ente quienes asistimos a la ceremonia inaugural de la V Conferencia Interamericana de Responsabilidad Social de la Empresa organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en aquella nación centroamericana, sobre mediados de diciembre pasado.
Inmediatamente me sentí identificado –y aludido- con esa expresión de la “responsabilidad compartida”. Con frecuencia reflexiono sobre la marcha del mundo actual, y observo con preocupación una actitud “dual” para enfrentar algunos fenómenos propios de nuestra época, problemas de creciente complejidad que arrojan un cono de sombra sobre las condiciones futuras de vida en el planeta y de la misma humanidad.
Sin ir más lejos, mientras la evidencia científica es cada vez más contundente respecto a las alteraciones climáticas y ambientales que producen nuestros actuales esquemas de producción y consumo (el fenómeno bautizado como “cambio climático”), aún no se percibe una clara voluntad política para enmendar el problema ni la adopción de medidas rápidas, duraderas y de alcance global. Estados Unidos, el mayor contaminante, sigue haciendo oídos sordos a los reclamos de la comunidad científica e internacional; mientras los demás países se debaten en un mar de intereses, donde nadie quiere ceder un ápice de terreno en pos de alcanzar soluciones reales.
Otro ejemplo de dicha dualidad puede ubicarse a nivel de las fuentes de energía empleadas para sostener nuestros procesos cotidianos, productivos, medios de transporte, etc. Se sabe que están seriamente comprometidas las fuentes de suministro de combustibles fósiles para las próximas décadas, ya que éstas son limitadas y se agotan. Su reposición podría tardar siglos. Pese a ello, los esfuerzos por reemplazarlas progresivamente con fuentes de energía alternativas (algunas de las cuales son bien conocidas, han alcanzado altos niveles de desarrollo y tienen menor afectación ambiental) aún son tenues y de baja escala.
El caso de los vehículos híbridos es quizás uno de los más clarificadores. Esta tecnología recorta casi en un 40% el consumo de combustible frente a un motor de gasolina convencional, produciendo un considerable ahorro energético y una reducción significativa en la emisión de gases a la atmósfera. Son vehículos silenciosos, ambientalmente amigables, dotados de componentes reciclados, equipados con tecnologías de punta, confiables e ideales para la conducción en ciudad.
Sin embargo, a pesar de todas las ventajas señaladas, todavía se aprecia como muy lejana la utilización generalizada y extendida de autos híbridos en todas las regiones del planeta. Si bien algunos países (Noruega, Holanda, Grecia, Irlanda, entre otros) ya otorgan importantes incentivos fiscales para favorecer su compra, la masificación de este producto en continentes y naciones con menores niveles de desarrollo -o poder adquisitivo- parece muy difícil de alcanzar en el corto y mediano plazo.
Volvamos entonces sobre la cuestión de la responsabilidad compartida. En mi opinión, recién comenzaremos a avistar la punta del ovillo de una solución a los problemas globales, cuando hayamos comprendido acabadamente que torcer el rumbo de la realidad depende de una labor conjunta y compartida por todos los sectores. Ello supone asimilar que los males que nos aquejan son responsabilidad de todos nosotros, en cuanto somos seres sociales. Lo que ocurra de bueno o de malo al conjunto social que integramos nos atañe e involucra necesariamente a los ciudadanos comunes, las empresas, los gobiernos, la Sociedad Civil, etc.
Se trata ciertamente de una tarea titánica, que no admite mezquindades, reservas ni miradas cortoplacistas por parte de ningún actor social.Urge la adopción de decisiones drásticas para hacer frente a la magnitud de los desafíos que tenemos por delante como humanidad en los próximos años, llámense pobreza, brecha creciente entre ricos y pobres, escasez de agua potable, cambio climático o lo que fuere. Para ello deberemos ser muchos más quienes entendamos que no alcanzan los arrebatos individuales para conservar la estructura, complejidad y diversidad de nuestras vidas presentes. Es preciso que, sin mayores demoras, le demos la bienvenida a esta nueva era de las responsabilidades compartidas. De lo contrario, el aterrizaje en la realidad puede ser demasiado forzoso y muy poco placentero. Buen 2008 para todos.
Alejandro Roca
Director Área Comunicaciones
IARSE
aroca@iarse.org
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